Por Luifer Moncada
Cuando estaba terminando la primaria, iba a las fiestas de mis amiguitos del colegio y brincábamos al ritmo de canciones como «Zapatos Resbalosos» o «Skapate» de Desorden Público. Luego en el bachillerato, vinieron «La tierra tiembla», «La danza de los esqueletos», «Hay cosquillas que no dan risa». Estas canciones fueron parte de la banda sonora de mi infancia y adolescencia.
Tres décadas después, esta banda sigue haciendo historia. El pasado sábado 7 de junio tuve la oportunidad de asistir a su concierto en la Sala Rock City de Valencia, España. Una sala con capacidad para unas 500 personas que se llenó de una audiencia mayoritariamente venezolana. Un show que duró más de dos horas y media y que fue un viaje directo a las emociones, la memoria y la identidad.
Tuve la suerte de acceder al meet & greet previo al concierto, compartir con la banda en la prueba de sonido, y escuchar una canción inédita que prometieron cantar en un evento gratuito en Caracas, en las próximas semanas. Durante la prueba, se sintió la cercanía y complicidad de un grupo que, a pesar de las décadas, sigue jugando con su público como si fuera la primera vez.
Hablé brevemente con Horacio Blanco, voz, cerebro y fundador de Desorden, sobre crowdfunding por recompensas, mostrándole que su comunidad puede ser el principal financista de proyectos ambiciosos que pueden estar por venir, y también le hice unas preguntas. Cuando le conté que muchas de sus canciones estaban ligadas a mis fiestas de niñez, me dijo:
—¡Agradecido! Ese es el resumen de todo lo que yo pueda sentir.
Le pregunté qué canción le ilusionaba cantar esa noche:
—»La danza de los esqueletos». Es una de las poesías mejor logradas de toda nuestra trayectoria.
Y cuando le pregunté qué significado tienen para él los desafíos del país en estos tiempos, fue directo:
—Tenemos la posibilidad de reinventar la venezolanidad. ¿Qué puede ser más irreverente que eso? Siempre hemos apuntado a que si vamos a realizar un cambio, tiene que ser un gran cambio… donde subvertimos los órdenes del poder, ojo que lo dice un desordenado (sonríe); el verdadero cambio siempre lo hemos tenido allí en la punta de la nariz. comencemos por la primera persona del singular.
El concierto comenzó con una dinámica donde la audiencia se dividía en coros enfrentados. En segundos, la sala rugía. Canté, bailé, y recordé que cuando aprendí a tocar guitarra, lo hice con canciones como «Tiembla» o «Skapate». Aunque no me sé todas las letras, los coros me salían automáticamente. Y al mirar a mi alrededor, descubrí fans que cantaban cada palabra de cada canción sin pausa.
Uno de los momentos más conmovedores fue cuando interpretaron «Los que se quedan, los que se van», una canción dedicada a la migración venezolana. Horacio contó una anécdota sobre una presentación en Canadá, donde le mencionaron que incluso en un remoto pueblo muy al norte, muy frío, había venezolanos. «Nuestra identidad merece ser mostrada al mundo con orgullo», dijo.
Al final del show, el público coreó insistentemente «políticos, políticos, políticos» pidiendo uno de los éxitos de finales de los 80s y principios de los 90s de la banda. Políticos Paralíticos. Fue una catarsis colectiva.
Fui al concierto con mi amigo Javier. Un par de venezolanas que conocimos allí mismo coreando canciones, nos acercaron en coche hasta casa. Una de ellas, con 34 años y 20 viviendo en España, me hizo pensar en esta nueva generación de venezolanos híbridos que pueblan el mundo.
Desorden Público cumple 40 años cantando ese ska caribeño, irreverente, crítico y festivo. Y su legado sigue vivo, conectando generaciones y geografías. Porque quienes hemos tenido que emigrar sabemos que estos momentos valen oro. Nos devuelven a nuestra raíz.
Larga vida al Desorden. Larga vida al Desorden Público.
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